En el año 1990 la revista
Time le dedicó una edición especial completa al tema de la mujer. La edición
especial de ochenta y cuatro páginas presentaba una crónica de la revolución
feminista de la generación pasada. Incluía artículos sobre avances
revolucionarios tales como "el camino hacia la igualdad", la
psicología de crecer como mujer, los roles cambiantes de la mujer en el mercado
de trabajo, la mujer como consumidora, perspectivas de cambio sobre el
matrimonio y la familia, y los obstáculos que enfrentan las mujeres que aspiran
carreras políticas. En una sección se incluían los perfiles de "10 mujeres
de temple" que habían combinado "talento y empuje" para ser
"exitosas" en sus carreras, desde una que era jefe de la policía
hasta una artista del rap.
Brilló por su ausencia en toda la edición el
reconocimiento a mujeres que han tenido éxito en formas que no están
relacionadas con carreras o profesiones, mujeres que han permanecido casadas
exitosamente al mismo hombre o que han tenido éxito en criar hijos que están
haciendo una contribución positiva a la sociedad. Tampoco es sorpresa que no se
le echaran flores o elogios a ninguna mujer por ser reverente y moderada, o
modesta y casta, o gentil y callada; por amar a su esposo e hijos, por mantener
una casa limpia y bien ordenada, por cuidar de sus padres ancianos, por proveer
hospitalidad, por actos de bondad, servicio y misericordia, o por demostrar
compasión por los pobres y necesitados; el tipo de éxito que, conforme a la
Palabra de Dios, es al que las mujeres deben aspirar (1 Ti. 5:10; Tit. 2:3-5).
Me chocó el hecho de que aunque la cobertura de la revista Time presentara
mujeres en diferentes roles y escenarios, hubo muy pocas referencias al hogar.
Las lectoras que han escogido una carrera como "ama de casa"
fácilmente pudieron haberse sentido conmocionadas por el solitario artículo
sobre las "esposas" insertado en una columna lateral, titulado
"Precaución: Trabajo Peligroso", y con el subtítulo de: "¿En
busca de una seguridad económica que le dure toda la vida? No invierta en ser
ama de casa". Parece ser que la identidad y el valor de la mujer han
llegado a corresponderse con su papel en la comunidad o en el mercado. Así es
como generalmente se define, se mide y se experimenta su "valor". En
contraste, se asigna relativamente poca prioridad o valor a su rol en el hogar.
El Fruto de la Revolución
La revolución feminista
estaba supuesta a llevar a la mujer a una mayor realización y libertad. Pero no
puedo dejar de verme embargada por un sentido de tristeza cuando veo lo que ha
sido sacrificado en medio de esta conmoción: la belleza, la maravilla y el
tesoro que son el carácter, el llamado y la misión que caracterizan a la mujer.
No debe sorprendernos que el mundo secular esté confundido y equivocado
respecto a la identidad y el llamado de la mujer. Pero lo que encuentro
preocupante es el grado hasta el cual la revolución descrita más arriba se ha
arraigado aun dentro del mundo evangélico. Vemos el fruto de la revolución
cuando conferencistas, autores y líderes cristianos promocionan, ya sea sutil o
abiertamente, el propósito de incentivar a la mujer a definir y descubrir su
valor en el mercado, en la sociedad o en la iglesia, mientras se minimiza (o
hasta en detrimento de) sus roles distintivos en el hogar como hijas, hermanas,
esposas y madres, como portadoras y fomentadoras de vida, como cuidadoras, como
las que tienen el privilegio y la responsabilidad de formar el corazón y el
carácter de la próxima generación.
Vemos el fruto de la revolución en los ojos
y el clamor de mujeres que se están ahogando en el atolladero del divorcio en
serie, nuevas nupcias e hijos rebeldes; mujeres completamente exhaustas por las
exigencias de tratar de hacer malabares con uno o más trabajos, con su función
como madres solteras y ser activas en la iglesia; mujeres que están
desorientadas y confundidas, que carecen de un sentido de misión, visión y
propósito para sus vidas y que están perpetuamente rodeadas de dolor, falta de
confianza en sí mismas, resentimiento y culpabilidad. Sí, la revolución ha
llegado a la iglesia. Y cuando sacamos cuenta de las ganancias y pérdidas, no
hay duda en mi mente de que las mujeres han sido las perdedoras, así como sus
esposos, hijos y nietos, toda la iglesia juntamente con nuestra cultura perdida
e incrédula.
Un Llamado Contrarrevolucionario
Hace algunos años empezó a
despertarse en mi corazón un sentido fresco de misión. Desde ese tiempo, el
sentido de pesimismo y desesperanza de ser tragada por la revolución ha sido
sustituido por esperanza y entusiasmo. Un estudio sobre el desarrollo del
feminismo moderno (el feminismo en sí tuvo su origen en el Jardín del Edén) me
impactó con el hecho de que esta revolución masiva no empezó como una
revolución masiva. Empezó en los corazones de un puñado relativamente pequeño
de mujeres con un propósito, mujeres con esfuerzos determinados e
intencionales.
Mientras consideraba el crecimiento del feminismo moderno,
empecé a preguntarme lo que pudiera suceder en nuestros días si apenas un
pequeño número de mujeres devotas e intencionales empezaran a orar y a creerle
a Dios por una revolución diferente, una contrarrevolución, dentro del mundo
evangélico. ¿Qué sucedería si hubiera un "remanente" de mujeres que
estuvieran dispuestas a volver a la autoridad de la Palabra de Dios, a abrazar
las prioridades y el propósito de Dios para sus vidas y hogares, y vivir la
belleza y la maravilla de la femineidad como Dios la creó?
A diferencia de la
mayoría de las revoluciones, esta contrarrevolución no exige que marchemos en
las calles ni que enviemos cartas al Congreso o nos unamos a una organización
más. No nos exige que salgamos de nuestras casas, de hecho, para muchas mujeres
es un llamado a que regresen a sus hogares. Sólo exige que nos humillemos, que
aprendamos, afirmemos y vivamos el patrón bíblico de la femineidad, y que
enseñemos los caminos de Dios a la próxima generación. Es una revolución que
tendrá lugar en nuestras rodillas.
Quiero invitarlas a formar parte de esta
contrarrevolución, librada no con las armas de la ira, el descontento, la
rebelión y el rencor, sino con la humildad, la obediencia, el amor y la
oración, creyendo que en el tiempo de Dios los cambios producidos serán más
profundos y de un orden superior que cualquiera de los cambios masivos
sociopolíticos que nuestro mundo ha vivido en esta generación.