El Retrato Bíblico de las Mujeres: Poniendo las Cosas en Orden
Por: John MacArthur
La Biblia es, y siempre ha
sido, un libro revolucionario. Es como un acantilado que resiste las oleadas
del cambio cultural. Y puede ser que no exista una demostración más clara de lo
inmutable de la Palabra de la Biblia que lo que enseña sobre la genuina femineidad.
La Biblia exalta de manera
justa a las mujeres, en contra de las culturas que la distorsionan, rebajan y
degradan. Muchos en nuestra sociedad promocionan la liberación sexual y
reproductiva de las mujeres en contra de la supuestamente opresiva y anticuada estructura
de la Biblia. Yo tengo que preguntar: “¿De qué manera son las mujeres
verdaderamente libres? ¿De qué manera las honra nuestra cultura?” Por supuesto,
pueden votar; tienen la oportunidad de competir en el mercado. ¿Pero son
verdaderamente libres? ¿Están su dignidad y su honor intactos?
Yo sostengo que las
mujeres son más usadas y abusadas hoy que en cualquier otro tiempo en la
historia. La pornografía ha convertido a las mujeres en objetos y en víctimas
de pervertidos sucios y cobardes, quienes las miran con ojos codiciosos. En el
mundo, las mujeres son negociadas como animales para esclavitud sexual. En
lugares más “civilizados”, los hombres rutinariamente usan a las mujeres para
el sexo sin consecuencia o compromiso, solamente para dejarlas embarazadas, sin
cariño y sin apoyo. Los grupos del derecho al aborto apoyan e instigan el
egoísmo e la irresponsabilidad de los hombres y “liberan” a las mujeres para
asesinar a sus niños no nacidos. Las mujeres se quedan solas, con cicatrices
emocionales, destituidas financieramente y culpables, avergonzadas y
abandonadas. ¿Dónde está la libertad, la dignidad y el honor en eso?
Los avances tecnológicos
modernos han permitido a la cultura centralizar la degradación de las mujeres
como nunca antes; pero las culturas de la antigüedad no fueron nada mejor. Las
mujeres en sociedades paganas durante los tiempos de la Biblia fueron tratadas
muy a menudo con un poco más de dignidad que los animales. Algunos de los
filósofos griegos más conocidos – considerados las mentes más brillantes de su
era – enseñaron que las mujeres eran criaturas inferiores por naturaleza.
Incluso en el Imperio Romano
(probablemente el pináculo de la civilización pre-cristiana), las mujeres eran
usualmente consideradas como una simple propiedad – propiedades personales de
sus esposos o padres, con una posición sólo un poco mejor que los esclavos de
casa. Eso era completamente diferente del concepto hebreo (y bíblico) del
matrimonio, visto como una herencia conjunta y la paternidad, como un sociedad
donde ambos, el padre y la madre deben de ser reverenciados y obedecidos por
sus hijos (Levítico 19:3).
Las religiones paganas
tendieron a impulsar y animar la degradación de las mujeres aún más. Por
supuesto, la mitología griega y romana tenía sus diosas (tales como Diana y
Afrodita). Pero no crea que la adoración de las diosas les dio posición más
elevada a las mujeres en la sociedad. Al contrario. La mayoría de los templos
dedicados a estas deidades eran servidos por prostitutas sagradas – sacerdotisas
que se vendían a sí mismas por dinero, supuestamente realizando un sacramento
religioso. Ambos, la mitología y la práctica de la religión pagana, usualmente
han sido demasiado degradantes para las mujeres. Las deidades paganas
masculinas eran caprichosas y a veces cruelmente misóginas. Las ceremonias
religiosas eran muchas veces desvergonzadamente obscenas, incluyendo ritos de
fertilidad eróticos, orgías alcohólicas en el templo, prácticas homosexuales
perversas y, en casos extremos, aún sacrificios humanos.
Contrasta todo eso,
antiguo y contemporáneo, con la Biblia. De principio a fin, la Biblia exalta a
las mujeres. En efecto, a menudo parece salirse del camino para homenajearlas, ennoblecer sus roles en la
sociedad y la familia, reconocer la importancia de su influencia, y exaltar las
virtudes de las mujeres quienes fueron, en particular, ejemplos piadosos.
Desde el primer capítulo
de la Biblia, se nos enseña que las mujeres, como los hombres, llevan el sello
de la propia imagen de Dios (Génesis 1:27; 5:1-2) – los hombres y las mujeres
fueron creados iguales. Las mujeres tienen papeles prominentes en muchas
narrativas bíblicas claves. Los esposos ven a sus esposas como compañeras
veneradas y cálida ayuda. No simplemente esclavas o muebles de la casa (Génesis
2:20; Proverbios 19:14; Eclesiastés 9:9). En el Sinaí, Dios mandó a los hijos a
que honraran a ambos, su padre y madre (Éxodo 20:12).
Por supuesto, la Biblia
enseña los distintos roles divinamente ordenados para los hombres y las mujeres
– muchos de los cuales son perfectamente evidentes en las circunstancias de la
creación misma. Por ejemplo, las mujeres tienen un papel único y vital en la
maternidad y crianza de los pequeños. Las mujeres mismas también tienen una
necesidad particular de apoyo y protección, porque físicamente “son vasos más
frágiles” (1 Pedro 3:7). La Escritura establece el orden apropiado en la
familia y en la iglesia, asignando las responsabilidades del liderazgo y
protección en los hogares a los esposos (Efesios 5:23), y designando a los
hombres de la iglesia para los papeles de enseñar y liderar (1 Timoteo
2:11-15).
En ningún caso las mujeres
son marginalizadas o relegadas a un segundo plano (Gálatas 3:28). Al contrario,
la Escritura parece ponerlas aparte para un honor especial (1 Pedro 3:7). Se
ordena a los esposos a amar a sus esposas sacrificialmente, como Cristo ama a
la iglesia – aún, si es necesario, a costa de sus propias vidas (Efesios
5:25-31). La Biblia reconoce y celebra el valor inestimable de una mujer
virtuosa (Proverbios 12:4; 31:10; 1 Corintios 11:7).
El cristianismo, nacido en
un mundo donde se cruzaban las culturas romanas y hebreas, elevó el estatus de
las mujeres a un nivel sin precedente. Los discípulos de Jesús incluyeron varias mujeres (Lucas 8:1-3), una
práctica inédita entre los rabinos de sus días. No sólo eso, pero Él animó su
discipulado mostrándolo como algo más necesario que el servicio doméstico
(Lucas 10:38-42). En efecto, el primer registro de Cristo, la divulgación
explícita de Su propia identidad como el verdadero Mesías, fue hecho a una
mujer samaritana (Juan 4:25-26). Él siempre trató a las mujeres con una
dignidad mayor – aún mujeres que eran consideradas marginadas de la sociedad
(Mateo 9:20-22; Lucas 7:37-50; Juan 4:7-27). Él bendijo a sus hijos (Lucas
18:15-16), resucitó a sus muertos (Lucas 7:12-15), perdonó sus pecados (Lucas
7:44-48), y restauró su virtud y honor (Juan 8:4-11). De esta manera exaltó la
condición de las mujeres.
Entonces, no sorprende que
las mujeres fueron importantes en el ministerio de la iglesia primitiva (Hechos
12:12-15; 1 Corintios 11:11-15). En el día de Pentecostés, cuando nace la
iglesia del Nuevo Testamento, las mujeres estaban allí orando con los
discípulos mayores (Hechos 1:12-14). Algunas fueron reconocidas por sus buenas
obras (Hechos 9:36); otras por su hospitalidad (Hechos 12:12; 16:14-15); otras
por su entendimiento de la sana doctrina y sus dotes espirituales (Hechos
18:26; 21:8-9). La segunda epístola de Juan fue dirigida a una mujer prominente
en una de las iglesias bajo su cuidado. Aún el apóstol Pablo, a veces
falsamente caricaturizado por críticos de la Escritura como machista, ministró
regularmente junto a mujeres (Filipenses 4:3). El reconoció y aplaudió su
fidelidad y sus dones (Romanos 16:1-6; 2 Timoteo 1:5).
Naturalmente, cuando el
cristianismo empezó a influenciar a la sociedad occidental, la condición de las
mujeres mejoró notablemente. Tertuliano, uno de los padres de la iglesia
primitiva, escribió muy cerca del fin del segundo siglo una obra titulada On
the Apparel of Women [Sobre la Vestimenta de las Mujeres]. Dijo que las mujeres
paganas que usaban adornos para el cabello elaborados, ropa no modesta y que
cubrían su cuerpo de adornos habían sido forzadas por la sociedad y la moda a
abandonar el esplendor superior de la verdadera feminidad. Comentó, por
contraste, que conforme la iglesia iba creciendo y el evangelio daba fruto, uno
de los resultados visibles era el aumento de la tendencia a la modestia en el
vestir de las mujeres y una elevación correspondiente de la condición de la mujer. Reconoció que los hombres paganos
usualmente se quejaban: “Desde que se ha convertido en cristiana, ¡se viste en
más pobre atuendo!” Las mujeres cristianas incluso fueron conocidas como
“sacerdotisas de la modestia”. Pero, dijo Tertuliano, como creyentes que viven
bajo el señorío de Cristo, las mujeres eran más ricas espiritualmente, más
puras y por lo tanto más gloriosas que las mujeres más extravagantes en la
sociedad pagana. Vestidas “con la seda de rectitud, el lino fino de la
santidad, el color púrpura de la modestia”, ellas elevaron la virtud femenina a
una altura sin precedentes.
Aún los paganos
reconocieron eso. Crisóstomo, probablemente el pastor más elocuente del siglo
cuarto, registró que uno de sus maestros, un filósofo pagano llamado Libanio,
dijo una vez: “¡Cielos! ¡Qué mujeres tienen ustedes los cristianos!” Lo que
impulsó los gritos de Libanio fue cuando escuchó que la madre de Crisóstomo
había permanecido casta por más de dos décadas desde su viudez a los veinte
años. Conforme más se sentía la influencia del cristianismo, menos eran las
mujeres despreciadas o maltratadas como objetos de entretenimiento por los
hombres. En lugar de esto, las mujeres empezaron a ser honradas por su virtud y
fe.
De hecho, las mujeres
cristianas convertidas de una sociedad pagana fueron automáticamente liberadas
de una serie de prácticas degradantes. Emancipadas del libertinaje público en
templos y teatros (dónde las mujeres eran sistemáticamente deshonradas y devaluadas),
elevaron su prominencia en el hogar y la iglesia, donde eran honradas y
admiradas por sus virtudes femeninas tales como la hospitalidad, el ministerio
a los enfermos, el cuidado y cariño hacia sus propias familias, y el trabajo
amoroso de sus manos (Hechos 9:39).
Esta siempre ha sido la
tendencia. Dondequiera que se expande el evangelio, el estatus social, legal y
espiritual de las mujeres ha sido, como regla elevado. Cuando el evangelio ha
sido eclipsado (sea por represión, influencia de falsas religiones,
secularismo, filosofía humanista o decadencia espiritual en la iglesia), la
condición de las mujeres ha declinado en consecuencia.
Inclusive cuando han
surgido movimientos seculares clamando estar preocupados por los derechos de
las mujeres, sus esfuerzos han generalmente sido perjudiciales. El movimiento
feminista de nuestra generación es un ejemplo de ello. El feminismo ha
devaluado y difamado la femineidad. Las diferencias naturales de sexo son
usualmente minimizadas, descartadas, despreciadas o negadas. Como resultado,
las mujeres ahora están siendo enviadas a situaciones de combate, sometidas a
una labor física agotadora antes sólo reservada para hombres, expuestas a toda
clase de indignidades en su lugar de empleo y además estimuladas a actuar y
hablar como hombres. Mientras tanto, las feministas modernas hablan con desdén
acerca de las mujeres que quieren que sus familias y hogares sean sus prioridades; menospreciando el papel de la
maternidad, el llamado más exclusivo y únicamente femenino. El mensaje completo
del igualitarismo feminista es que no hay realmente nada extraordinario
respecto a las mujeres. Indudablemente, éste no es el mensaje de la Escritura.
Como hemos visto, la Escritura honra a las mujeres como mujeres y las anima a buscar
el honor de una manera exclusivamente femenina (Proverbios 31:10-30).
La Escritura nunca
descarta el intelecto femenino, no minimiza los talentos y habilidades de las
mujeres, ni desanima el derecho del uso de los dones espirituales a las
mujeres. Pero cuando la Biblia expresamente habla sobre los rasgos de
excelencia de una mujer, el acento siempre está sobre la virtud femenina. Las
mujeres más significativas de la Escritura fueron influyentes no por sus
profesiones, sino por su carácter. El mensaje que estas mujeres dan
colectivamente no es sobre la “igualdad de los sexos”; es sobre la excelencia
femenina verdadera. Y eso siempre se ejemplifica con las cualidades morales y
espirituales, en vez de la posición social, riqueza o apariencia física.
Y eso es poner las cosas
en orden. Lejos de denigrar a las mujeres, la Biblia promueve la libertad,
dignidad y honra femenina. La Escritura describe para cada cultura el retrato
de una mujer verdaderamente bella. La verdadera belleza femenina no se trata
del adorno externo, “peinados ostentosos, adornos de oro o vestidos selectos”;
por el contrario, la belleza real se manifiesta en “el interno, el del
corazón…el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de
grande estima delante de Dios” (1 Pedro 3:3-4).
Adaptado del libro Doce
Mujeres Extraordinarias escrito por el
Pastor John MacArthur.